Ponencia del Rabino Dr Felipe Yafe en el marco de la Conferencia del ICCJ 2014 realizada en Buenos Aires.
El ejercicio interpretativo del texto sagrado en el judaísmo, es el mecanismo por el cual la santidad de la palabra revelada puede transferirse a textos generados ulteriormente por autoridades religiosas a partir los cuales, la comunidad de Israel puede ordenar sus vidas.
La implementación para este propósito de principios hermenéuticos fijos, establecidos por nuestros sabios desde los orígenes del rabinismo es, en definitiva, la que otorga legitimidad confesional a estas obras. La puesta en práctica de manera dinámica y cotidiana de este ejercicio es imprescindible, sobre todo, para quienes adhieren, desde lo espiritual, a una tradición normativa. Para ellos, la pauta central que guía sus experiencias vitales, tanto desde lo mundano como desde lo cultico, es la observancia religiosa, la cual a su vez, se fundamenta en la autoridad del precepto.
La relevancia de este proceso es además pivotal para mantener la vigencia de las leyes a través del tiempo. Sólo aquella tradición religiosa que pueda proveer de respuestas pertinentes a quienes buscan esclarecimiento e inspiración a sus interrogantes existenciales más profundos, logrará mantenerse vital y permanente en el corazón de sus adherentes. Siendo que, por un lado, los cambios generacionales presentan sus propios desafíos inherentes a la trashumancia de los tiempos y que, por el otro, el concepto “tradición” mesoráes, desde lo etimológico, “transmisión” de normas y valores ancestrales, la obligada síntesis entre ambos sólo se puede sostener a partir del acto interpretativo. Éste operará a partir del mensaje de antaño recibido y de su adecuación a las demandas vitales de aquella generación a la cual se busque servir. Este delicado proceso se debe realizar sin violentar demasiado las consignas rectoras que fueran transmitidas del pasado, a la vez que se intente evitar el desatino del anquilosamiento de las eventuales leyes que este ejercicio teológico e intelectual produzca.
Esta gimnasia interpretativa milenaria, generadora de riqueza cultural, sabiduría, espiritualidad y práctica religiosa, cuya trascendencia cubre decenas de siglos hasta nuestros días, fue llevada a cabo por hombres, cargados de fe o inspiración divina tal vez, pero por hombres. En este sentido, sus pensamientos, sesgos ideológicos, prejuicios y creencias, muchas veces hoy ya superadas pero las cuales pudieron haber estado en boga en sus generaciones, hicieron su camino hacia el trabajo final que llevaran a cabo, con tanta devoción y con la tenaz intención de hacérnoslo llegar a nosotros. De aquí, que el bagaje espiritual-literario que nos han legado es, no solamente rico y diverso, sino también, debemos conceder, muchas veces contradictorio. Si bien los principios hermenéuticos que guiaban sus deducciones, conclusiones y razonamientos fueron preestablecidos y respetados, esta realidad no impedía que a veces filosos contrastes entre las opiniones de los maestros se encontraran entre sus escritos. Según la tradición rabínica, todas las interpretaciones válidas de la Torá escrita se revelaron a Moisés en el Sinaí en forma oral las cuales luego fueron transmitidas de maestro a alumno. La revelación oral es, en efecto, extensiva al propio Talmud. Cuando los diferentes rabinos producían interpretaciones contradictorias entre sí, a veces apelaban a los principios de hermenéutica para legitimar sus argumentos. Hay quienes afirman que estos principios fueron revelados por Dios a Moisés en el Sinaí. Así, Hilel llamó la atención sobre siete de ellos, los cuales consideró de uso común en la interpretación de las leyes (braita a principios de Sifra). Esta obra es, en gran medida una ampliación de la de Hilel. Eliezer b. José ha-Gelili produjo una lista de 32 reglas, muy utilizada para la exégesis de los elementos narrativos de la Torá. Todas las reglas de la hermenéutica dispersos a través de los Talmudim y Midrashim han sido recopilados en Ayyelet-haShachar, la introducción al comentario sobre sifrá escrito por Meir Leibush ben Yehiel Michel Weiser (haMalbim, 1809-1879). Sin embargo, los 13 principios de Rabi Ishmael son, quizás, los más conocidos. Ellos constituyen una obra importante y una de las contribuciones más tempranas del judaísmo a la lógica, la hermenéutica y la a jurisprudencia universales. Hoy los 13 principios de Rabi Ishamel son parte de la liturgia del sidur, libro de oraciones judío, para ser leído diariamente por los hijos de Israel en una suerte de reafirmación constante respecto de la legitimidad que sostienen a las enseñanzas y deducciones de nuestros maestros.
Por este motivo, es menester que los líderes religiosos en nuestro tiempo hagan sus propias elecciones respecto de qué narrativas ancestrales los representarán en sus discursos. Con que cosmovisiones se identificarán entre las ofrecidas por sus fuentes escritas y cuáles serán las lecturas que efectuarán de los textos sagrados que se presenten frente a sus ojos.
En rigor de verdad, la pauta central que siempre aglutinó a quienes se sentían comprometidos con el principio de la autoridad de la ley fue y es, fundamentalmente – aunque no exclusivamente – el acto revelatorio. La necesidad de sostener esta visión se observa, a lo largo del tiempo en todos los estadios fundantes de la tradición judía. Así lo observamos en Tratado de lo Principios 1:1:
“Moshé recibió la Torá de Sinai y la transmitió a Iehoshúa, Iehoshua a los Ancianos; los Ancianos a los Profetas; y los Profetas la transmitieron a los Hombres de la Magna Asamblea”
Aquí el concepto de transmisión de lo recibido en Sinai hasta las generaciones postreras se mantuvo inalterable. Inclusive en el propio Talmud este principio fundante se manifiesta de manera clara. Es más, el cuestionamiento del mismo, es causal de castigo, incluyendo el ostracismo para quienes incurriere en ello:
Nuestros rabinos enseñaron: “Porque ha despreciado la palabra del Señor y ha roto su mandamiento, esa alma será totalmente talada” (Num 15:31), esto se refiere a quien sostiene que la Torá no deviene del cielo. Otra versión: “Porque ha despreciado la palabra del Señor…”, se refiere a un epikoros. Otra versión: “Porque ha despreciado la palabra del Señor…”, se refiere a uno que da una interpretación de la Torah [no según la Halajá- La Ley judía]. “…Y ha roto su mandamiento”: esto significa que quien suprime el Pacto de carne (berit milá), su alma será totalmente talada [hikkareth tikkareth]: ‘hikkareth’ [a cortar] implica en este mundo; ‘tikkareth’ [se deberá cortar], en el mundo venidero. Por lo tanto, Rabí Eliézer de Modi’im ha enseñado que, el que contamina el alimento sagrado, desprecia a los festivales, suprime el Pacto de nuestro padre Abraham, da una interpretación de la Torá no según la Halajá y avergüenza públicamente a su vecino, aunque él posea estudio y buenas obras a su favor, no tendrá lugar en el mundo venidero. Otra [Baraitha] enseñó: “Porque ha despreciado la palabra del señor…” — esto se refiere a quien sostiene que la Torá no es del cielo. Y aunque él afirme que toda la Torá fue concebida en el cielo, con la excepción de un verso particular y [mantiene] que éste no se pronunció por Dios sino por Moisés, él mismo, está incluido en las generales de ‘Porque ha despreciado la palabra del señor. Y aunque admita que la Torá toda deviene toda del cielo, con excepción de un único punto, una deducción particular o una simple, guezerá shavá, analogía, — él todavía estará incluido en las generales de ‘porque ha despreciado la palabra del señor‘ (TB San 99ª)
Lo mismo observamos en el Mishné Torá de Maimónides:
Hay tres tipos de personas que niegan la Torá: (1) Quien dice que la Torá no es divina (aunque que se refiera a una frase o palabra) y sostiene que Moisés escribió la Torá por sí mismo; (2) Quien niega las explicaciones de la Torá, es decir, la ley Oral, y refuta a sus predicadores, y (3) Quien dice que Dios sustituyó un precepto por otro invalidando, de este modo, la Torá. (Leyes de Arrepentimiento)
El hecho de que se haya construido una valla respecto de esta creencia sobre la “celestialidad” de la Torá y, a su vez, se haya dejado en claro la ilegitimidad de cualquier interpretación que contradiga radicalmente los principios del espíritu rabínico clásico, tuvo un gran impacto en el desarrollo ulterior de la práctica judía. Por un lado, se preservó, de algún modo, la continuidad y coherencia de la Ley pero, por el otro, el limitó el florecimiento de miradas alternativas a las que eran aceptadas. Si bien, eventualmente, muchas de ellas igual prosperaron, como fue el caso de las de Spinoza entre otros, éstas encontraron su espacio formal, fundamentalmente, después de la emancipación europea. La necesidad de dejar claro este principio de autoridad emerge también, y como ya mencionamos, de las aparentes contradicciones que invariablemente se percibían en el texto sagrado. Es interesante que el propio Rashi aluda a esta situación cuando, explicando su rol en tanto exégeta, nos manifiesta en Génisis 3:8:
“Y han oído: Hay muchos midrashim agádicos y nuestros sabios ya los han dispuestos en el orden correcto en Génesis Rabá y otros midrashim, por ello yo he venido sólo [a enseñar] el significado simple de la Escritura y de la Agadá que busca asentar y fluidificar las palabras de los versos, cada palabra en su forma correcta”.
Esta situación de tensión insoslayable entre las diversas lecturas, todas con pretendida raigambre revelatoria, llevó a los movimientos religiosos que se constituyeron después de la Revolución Francesa a replantearse este axioma. De esta forma el Movimiento Conservador en su “Declaración de Principios” Emet veEmuna expone:
“La naturaleza de la revelación y su significado para el pueblo judío han sido interpretados de varias maneras para la Comunidad Conservadora. Creemos que las fuentes clásicas del judaísmo, proveen amplios precedentes para estas perspectivas de la Revelación. El único y mayor hecho de historia de la Revelación Divina, tuvo lugar en el Sinaí, pero no se limitó a eso. La comunicación de Dios, continuó en las enseñanzas de los Profetas y de los Sabios bíblicos, así como en las actividades de los Rabinos, de la Mishná y del Talmud, hecha carne en la Halajá y la Agadá (Ley y Sabiduría). El proceso de la Revelación tampoco concluyó allí; se mantiene vivo en los Códigos y Responsas hasta hoy en día.
Algunos conciben la Revelación como el encuentro personal entre Dios y los seres humanos. Entre ellos hay quienes creen que este encuentro personal tiene un contenido proposicional, que Dios se comunicó con nosotros mediante palabras reales. Para ellos, el contenido de la Revelación, es directamente normativo, definido por la interpretación rabínica. Los mandamientos de la Torá mismos emanan directamente de Dios. Otros, sin embargo, piensan que la Revelación consiste en un inefable encuentro humano con Dios. La experiencia de la Revelación inspira la formulación verbal de normas e ideas por el ser humano continuando así la influencia histórica de este encuentro revelacional.
Otros, conciben a la Revelación como el continuo descubrimiento a través de la naturaleza y la historia, de verdades acerca de Dios y del mundo…Los que proponen este punto de vista tienden a considerar a la Revelación más como un proceso en marcha que como un acontecimiento específico.”
En este sentido, la contribución más trascendental de este proceso fue, quizás, el redimensionamiento del componente humano en la confección de los textos del Pentateuco. En palabras: la participación del hombre en la transmisión del proyecto Divino. El Movimiento Conservador incorporó esta premisa teológica como una de las bases esenciales de su discurso. El texto bíblico sería, a la luz de esta idea, algo así como el testimonio humano del encuentro entre el hombre y Dios.
Esta concepción de la narrativa bíblica, llevó necesariamente a una revisión de la idea fundamental que existía sobre “la Revelación” y de las metodologías literalistas para la comprensión de los textos. En sintonía con lo mencionado, Abraham J. Heschel sostiene que quien recibe la “Revelación” juega un rol particularmente activo en la formulación posterior de su contenido, ya que este es, en definitiva, moldeado de acuerdo a su propia y particular personalidad (EJ vol 14 pág. 125). Por ello sugiere que:
“La forma más segura de malentender la “Revelación” es tomarla literalmente” (Dios en busca del hombre, p. 230)
Distinguiendo entre palabras que él denomina “descriptivas” y otras “indicativas” dentro del conjunto redaccional del mensaje bíblico, estableció:
“La función de las palabras ‘descriptivas’ es la de evocar una idea que nuestra mente ya posee, evocar significados preconcebidos. Las palabras ‘indicativas’ tienen otra función. Lo que ellas originan no es un recuerdo sino una respuesta, ideas desconocidas, significados hasta entonces no cabalmente comprendidos” (op. cit. pág. 234).
La construcción de una ética basada en un literalismo a ultranza genera, en nuestra opinión, algunas situaciones que podrían eventualmente atentar contra el objetivo para el cual dicha ética fue establecida. Si partimos de la base de que el mensaje “revelatorio” registrado en la Torá tiene como objetivo fundamental el producir una normativa a partir de la cual el hombre pueda dignificar y mejorar cada vez más su conducta, entonces, el considerar que lo que quiere Dios de nosotros es exactamente lo que la letra del Texto indica, llevaría prácticamente a la anulación del margen participativo del hombre en el diseño de su vida cotidiana.
Nuestros sabios eran conscientes de la necesidad de interpretar el texto para mantener el mensaje vigente a través de los tiempos. Pero a la vez, también se sentían comprometidos con una doctrina a partir de la cual la Divinidad estaba en la propia letra del texto. Por ello, buscaron resolver esta contradicción afirmando que las “lecturas” que efectuaran respecto de dicha letra santa, al igual que todas aquellas que hicieran sus discípulos en el futuro, constituían una parte integral de lo revelado a Moisés en el monte Sinaí.
En función de lo expuesto, queda claro que el hecho de que los preceptos sean ordenanzas que llegan a nosotros por voluntad de Dios, y de que sus contenidos como las interpretaciones que se hayan hecho de ellos a través de los siglos, también lo sean, no nos exoneran necesariamente de la mirada crítica y constructiva con la que debemos munirnos al encarar lo que se nos enseña. Al igual que nuestros antepasados, nosotros también, como hijos de nuestro tiempo, no debemos olvidar el objetivo final por el cual se nos hizo llegar este tesoro de valores. Se trata de que sepamos construir una comunidad humana donde el bien, el amor, la solidaridad, el respeto por el otro y la dignidad, sean los basamentos fundantes donde ésta se asiente.