Por el Rabino Dr. Felipe C. Yafe

bergoglio y felipe

Exposición pronunciada en la Parroquia San Nicolás de Bari junto al entonces Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio, el miércoles  9 de noviembre de 2005.

Cuando D’s convoca a Abraham……...lek leka… “Vete de tu país y de tu lugar natal y de la casa de tu padre a la tierra que habré de mostrarte”. En ese momento y refiriéndose a su descendencia  D’s le dice: “Y te haré un pueblo grande, te bendeciré y engrandeceré tu nombre y sé bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan, y serán bendecidas por ti todas las familias de la tierra”.

Pero Abraham, nuestro padre común, nunca imaginó que iba a tener que esperar tanto para  ver a su descendencia recibir la gracia de la tierra prometida y tantos siglos, para ver a sus hijos reposando juntos en bendición, en armonía y en paz. Así, en el pacto de los Animales Partidos del Génesis D’s le anuncia:

“Saber habrás de saber que extranjera será tu descendencia en una tierra que no es de ellos  — los esclavizarán y los afligirán. Mas en la cuarta generación retornarán aquí….”

Así conoció el pueblo hebreo por primera vez, que en su caso, el sufrimiento sería siempre  el prolegómeno que anticiparía eventuales momentos de dicha. Una dicha que el pueblo judío aprendería a disfrutar y a celebrar, sin olvidar, ni por un momento, el dolor que la precediera. De este modo y como una sentencia milenaria de hacer de la memoria un culto, cada judío fue instruido desde sus textos sagrados a saber que “…que en cada generación habría quienes buscarían dañarlo y destruirlo…” Angustia, zozobra y desdicha. Pero, que a su vez, y no obstante lo anterior “en cada generación cada hijo de Israel debía sentirse como si él hubiera salido de Egipto”. La libertad, la gloria, la alegría, la sonrisa.

Así, los vaivenes y contrastes de la vida nos volvió un pueblo extraño. Celebramos el casamiento de nuestros hijos, mientras antes del grito de mazel tov “Tened buena suerte” rompemos una copa para recordar la amargura del Exilio. Cuando festejamos la construcción de un nuevo hogar para nuestras familias, dejamos un rincón sin terminar para no olvidar el dolor de la destrucción del Gran Templo y la pérdida de Jerusalem nuestra ciudad santa. 

Cuando, con alegría y regocijo celebramos Pesaj, la pascua judía,  en la Europa medieval, dejábamos la puertas de nuestras casas abiertas para que nuestros vecinos vieran que no era cierto aquello de que sacrificábamos niños cristianos para preparar con su sangre la matzá, nuestros panes ácimos.

La historia y su protagonista principal, la humanidad, fueron muy duras con nosotros. Casi 2.000 años de persecución, de expulsiones y antisemitismo; de satanización del judío y de anticristo; de crueles cruzadas, de inquisición y de racismo, dejaron su marca indeleble en nuestra percepción del mundo, en nuestra forma de ver la vida y en nuestra personalidad colectiva. Nuestro pueblo pudo recién en nuestro tiempo, finalmente encontrar su renacimiento y redención al recuperar su tierra y con ella, su sonrisa.

Esta noche nos congregamos a evocar el horror de la “Noche de los Cristales rotos”.  Fatídica noche aquella en la Alemania Nazi de 1938, donde se preanunciara el genocidio humano metódicamente planificado más grande de todos los tiempos y con él, el exterminio de 6.000.000 de judíos. No hay evento más trágico y doloroso, tanto en la historia como en la memoria colectiva judía, que la Shoá. Los hornos crematorios humeantes, los montículos de despojos humanos amontonados, y las imágenes de esqueletos vivientes deambulando sin rumbo por los campos de concentración muy tardíamente liberados, se erigieron en testimonio eterno y agónico de lo que allí hubo ocurrido.

Y sin embargo, desde hace algunos años, junto el terrible sentimiento de aflicción que experimentamos por el motivo que nos convoca, algunos de nosotros comenzamos a percibir que más allá del dolor, parecería haber una tenue luz de esperanza en el horizonte de la humanidad  y su desesperada necesidad de entendimiento entre los hombres. Y esto es, queridos amigos, porque esta noche los judíos recordamos y evocamos a nuestros muertos, pero esta vez en la confraternidad de nuestros hermanos cristianos y musulmanes.

Será esto también parte de la vivencia judía, donde el sufrimiento inenarrable por lo perdido se mezcle hoy con una tímida brisa fresca y esperanzadora en futuro que aun no nos es del todo prometido. Tal vez.

¿Qué sentirá Abraham, nuestro padre, desde su páramo celestial al ver a sus hijos finalmente orando juntos. Respetando sus diferencias, sus creencias y sus ritos, pero juntos. ¡¿Por qué esperaron tanto?! entre otras cosas podría preguntar. Probablemente tendría razón. Pero fue la realidad que nos tocó enfrentar y tenemos que convivir con ella lo mejor posible.

La historia no se puede cambiar para atrás, no se puede maquillar ni volverla  más bonita. Sus dolorosas marcas son parte integral de nuestro pasado y son inexorablemente indelebles. Los judíos entendemos, como explica nuestro maestro Rabi Moshé ben Maimon, Maimónides en sus hiljot teshuva “Leyes del Arrepentimiento”, que no estamos autorizados a perdonar a quienes llevaron a cabo los crímenes, vejámenes y persecuciones contra nuestros muertos. Solo ellos tendrían el derecho, pero ya no están para eventualmente elegir hacerlo. No obstante ello, sí podemos escribir una historia distinta de ahora en más. Una historia que sea el fiel reflejo de la bendición de D’s a Abraham nuestro padre y que se supone debe llegar a nosotros todos, ya que somos en definitiva nada menos que sus hijos.

Algunos pasos se han dado desde nuestros hermanos cristianos en esta dirección. El primero que quiero mencionar es aquel documento inspirado por Juan el Bueno, el Papa Juan XXIII, y promulgado por Pablo VI el 28 de octubre 1965. En la histórica declaración de Nostra Aetate respecto del judaísmo y de los judíos. Entre otros conceptos se afirma en ella que:

“Al investigar el ministerio de la Iglesia, este sagrado Concilio recuerda el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido a la raza de Abraham….Que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con quien D’s, por su inefable misericordia, se dignó a establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo, en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles.

Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, sobre todo, por medio de los estuD’s bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. 

Respecto de la muerte de Cristo, la Declaración afirma que: “lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy”.

Además, se establece claramente que la Iglesia reprueba cualquier persecución contra los hombres y que,  consciente del patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los oD’s, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”.

Entre otros documentos promulgados sobre nuestras relaciones, quisiera rescatar algunos párrafos del discurso de ese gigante, que fue el difunto Papa Juan Pablo II, pronunciado ante los participantes del Simposio sobre “Las raíces del antijudaísmo en los ambientes cristianos” en Roma el 31 de Octubre de 1997.

“De hecho, declaró Juan Pablo II con valentía, en el mundo cristiano, han circulado injustas interpretaciones del Nuevo Testamento relativas al pueblo judío a su supuesta culpa engendrando sentimientos de hostilidad respecto a este pueblo. También contribuyeron a adormecer muchas conciencias, de modo que, cuando se extendió por Europa la ola de persecuciones inspiradas por un antijudaísmo pagano, la resistencia espiritual de muchos, no fue la que la humanidad tenía el derecho de esperar de parte de los discípulos de Cristo. Vuestra lúcida mirada sobre el pasado, con vistas a una purificación de la memoria, es particularmente oportuna para mostrar claramente que el antisemitismo no tienen ninguna justificación y es absolutamente condenable”.

“De todos lo dicho podemos sacar unas conclusiones que sirvan de orientación a la actitud del cristiano y a la labor del teólogo. La iglesia condena con firmeza todas las formas de genocidio, así como las teorías racistas que las inspiran y que pretenden justificarlas.

El racismo es, pues, una negación de la identidad más profunda del ser humano, persona creada a imagen y semejanza de D’s. A la malicia moral de todo genocidio se añade, con la Shoah, la malicia de un odio que ataca el plan salvífico de D’s sobre la historia”.

Las últimas palabras de Juan Pablo II, casi como proféticas, vuelven a tener esta noche, una vigencia única. Hoy nos hemos congregado para recordar y evocar el genocidio de 6 millones de judíos. Lo hacemos cada año con la intención de llorar por lo ocurrido, pero también de gritarle al mundo que no permitiremos que esto vuelva a ocurrir. Ya no más, nunca más.

Es por ello, que con profunda preocupación y desazón, vemos hoy como una religión hermana, la Islámica, Abrahámica ella también, que vio siglos de gloria, entendimiento y amor entre el pueblo judío y sus hijos, es hoy tenida como rehén por grupos extremistas que ni la dignifican ni cabalmente la representan y que invocándola, vuelven a reflotar el maligno fantasma del genocidio al judío.

Así, con estupor, escuchamos al ex presidente de Malasia, Mahatir Muhamad, en su discurso inaugural sobre la cumbre islámica,  los siguientes conceptos: “Mil trescientos millones de musulmanes no pueden ser derrotados por unos pocos millones de judíos… Los europeos mataron a seis millones de judíos de un total de doce millones. A pesar de ello hoy lo judíos gobiernan el mundo indirectamente. Hacen que otros luchen y mueran por ellos”.

Tiempo después, con consternación, fuimos testigos de las declaraciones del jefe de Estado de la República Islámica de Irán, Mahmud Ahmadinejad, quien como en una suerte de exabrupto afirmó ante 4000 estudiantes en una conferencia denominada “El Mundo sin Sionismo” que “Israel debe ser borrada del mapa”. Sería la primera vez en reciente memoria que un jefe de estado exhorta formalmente a la destrucción y aniquilación de otro. Agregando además que “todo aquel que reconozca a Israel, se quemará en la hoguera de la furia de la nación Islámica”. Hoguera esta que viene consumiendo a cientos de vidas humanas inocentes en incontables actos terroristas. Lo hemos padecido aún en nuestro país, en los todavía impunes atentados a la Embajada de Israel y a la sede de la AMIA.

Queridos hermanos, hay tanto aún por hacer. Tanto odio que aplacar, y tanto dolor para mitigar. Juntémonos y hagamos lo que tenemos que hacer. No permitamos que perezcan por segunda vez los muertos que estamos evocando hoy haciendo que su fallecimiento haya sido en vano. El mundo puede y tiene que ser diferente. Y nosotros, todos juntos,  podemos lograrlo. Dice la Torá desde el Deuteronomio:

“Pongo por testigos contra vosotros el día de hoy: los cielos y la tierra; la vida y la muerte he dado ante ti, la bendición y la maldición…Elige la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.

¡Elijamos pues la vida, siempre la vida!