Ensayos de Abraham Joshua Heschel (1907-1972) – Seminario Rabínico Latinoamericano Buenos Aires, 1973.
Algunos párrafos acerca del pensamiento de Abraham Joshua Heschel expuesto en un encuentro inter religioso en Wisconsin, Milwaukee, Estados Unidos, el 28 de agosto de 1969.
La dificultad de rezar tiene dos aspectos: No sólo no sabemos cómo rezar; no sabemos para qué rezar.
Hemos perdido la habilidad de escandalizarnos.
La malignidad de nuestra situación está aumentando rápidamente, la magnitud de la perversión se esparce furiosamente, sobrepasando nuestra capacidad de escandalizarnos. El espíritu humano está demasiado limitado como para experimentar desaliento en proporción a lo que tuvo lugar en Auschwitz, en Hiroshima.
No sabemos para qué rezar. ¿No deberíamos rezar por la capacidad de sentirnos escandalizados ante las atrocidades cometidas por el hombre, por la capacidad de desalentarnos ante nuestra incapacidad de sentirnos desalentados?
La plegaria debería ser un acto de catarsis, de purga de emociones a la par que un proceso de auto-aclaración, de examen de prioridades, de elucidación de responsabilidad. La plegaria que no está verificada por el comportamiento es un acto de violación y blasfemia. No se debe tomar una palabra de plegaria en vano. Nuestras obras no deben ser una refutación de nuestras plegarias. Con vergüenza y angustia recuerdo que a una iglesia católica romana que se hallaba al lado del campo de exterminación de Auschwitz, le fue posible ofrecer la comunión a los oficiales del campo, a gente que día tras día conducía a millares de personas a la muerte en las cámaras de gas.
Pongámosle fin a la separación de la iglesia y Dios, del sacramento y la insensibilidad, de la religión y la justicia, de la plegaria y la compasión.
Un hogar es algo más que una morada exclusivamente, algo mío y nunca suyo. Una residencia desprovista de hospitalidad es una guarida o un pozo, no un hogar. La plegaria nunca debe ser una ciudadela para preocupaciones egoístas, sino antes bien un lugar de preocupación cada vez mayor por los apuros de los demás. La plegaria es un privilegio. A menos que aprendamos a ser dignos, perderemos el derecho y la capacidad de rezar.
La plegaria no tiene sentido a menos que sea subversiva, a menos que intente derrocar y arruinar las pirámides de la insensibilidad, el odio, el oportunismo, las mentiras. El movimiento litúrgico debe convertirse en un movimiento revolucionario, que busque derrocar las fuerzas que continúan destruyendo la promesa, la esperanza, la visión.
El mundo está en llamas de la maldad y la atrocidad; el escándalo de la perpetua violación del mundo grita a los altos cielos. Y nosotros, llegando a estar cara a cara con ello, o bien nos vemos involucrados como insensibles participantes, o, en el mejor de los casos, permanecemos como indiferentes observadores. La inexorable búsqueda de nuestros intereses nos torna olvidadizos para con la realidad propiamente dicha. Nada de lo que experimentamos tiene valor de por sí; nada cuenta, a menos que lo podamos emplear en nuestro favor, en un medio para servir a nuestros propios intereses.
Rezamos porque la desproporción de la miseria humana y la compasión humana es tan enorme. Rezamos porque nuestra comprensión de la profundidad del sufrimiento es comparable a la gama perceptiva de una mariposa volando sobre el Gran Cañón. Rezamos debido a la experiencia de la tremenda incompatibilidad de cómo vivimos y lo que percibimos.
A pesar de todas sus ciudades y estrellas, el mundo, se me presenta a oscuras. Si no es por mi fe en que Dios, en Su silencio, aún escucha un grito, ¿quién podría aguantar semejante agonía?
La plegaria no surgirá por omisión. Requiere educación, instrucción, reflexión, contemplación. No basta con unirse a los demás; es necesario construir un santuario dentro, ladrillo por ladrillo, instantes de meditación, momentos de devoción. Esto se aplica especialmente cuando las fuerzas abrumadoras parecen conspirar para destruir nuestra capacidad de rezar.